Leí una pequeña esquela en La Vanguardia y avisé al Club. Creí que Josep Sales Montoliu, enterrado el sábado en Mataró a los 87 años, debía ser el conductor del autocar del primer equipo del Barça durante tres décadas. No me falló la intuición. El chofer que condujo el autocar desde Kubala hasta Maradona acaba de morir y, con él, un montón de historias y de secretos desde 1958 a 1984. Empezó en el club con su propio Ford de 8 cilindros del ejército que iba tan despacio que, una noche, atravesando los Monegros, un jugador le gritó “Oye Sales, ¿te das cuenta que aquí detrás hay un peatón que nos pide paso con una linterna?”. Años más tarde, ya en otro autocar, pero también de regreso de Zaragoza, un Cruyff que tenía prisa por llegar a casa le soltó, señalándole el 120 del velocímetro, “si pones la aguja aquí, consigo que Michels te deje fumar”. Sales, que estaba harto de no poder encender ni un cigarrillo mientras por el retrovisor veía como Johan sentado en la última fila encendía uno tras otro, le respondió que era imposible que Michels le permitiera hacer un pitillo. Cruyff y el entrenador estuvieron hablando en holandés y Michels, sentado a su lado, le espetó: “Shales, es preferible que se fume un pitillo que nos demos contra un árbol”.
En 1997, Eduard Boet le grabó una entrevista de una hora para ‘Aquest any, cent!’ de TV3. Josep Sales contó, por ejemplo, como Helenio Herrera era tan puntual que hacia que el autocar que iba del hotel de concentración de Caldes d’Estrac al Camp Nou a la hora en punto. Si algún jugador no había subido, tenía que hacer el trayecto en taxi. Además, el mismo HH obligaba a Sales a quedarse en el Camp Nou, con el autocar a punto, hasta que el Barça marcaba el tercer gol. Así, los días que el equipo no marcaba más de dos, les obligaba a volver al Hotel Colón, castigados.
Sales contó, también, el gran gesto que tuvo el entrenador Vic Buckingham con él. El padre del conductor acababa de fallecer cuando elequipo estaba concentrado en el Hotel Jaume I de Castelldefels. Faltaban horas para el partido contra la Real Sociedad, que iba a ser televisado, pero con tal que Sales pudiera velar a su padre, hizo que el autocar con los jugadores se presentase al Camp Nou cinco horas antes del encuentro para poder liberar al conductor.
Su tarde más tensa y más heroica fue la del 17 de mayo de 1979. Sales, al regreso de los ganadores de Basilea, sudó la gota gorda para ir del Aeropuerto hasta Sant Jaume.
Casi cuatro horas de trayecto con todo tipo de dificultades. Los aficionados se le colgaban de los retrovisores, la gente se le subía peligrosamente al techo del autocar y ya, llegando a la Plaza, se le tumbaba en el asfalto delante del coche diciéndole “ya me puedes pasar por encima”. Ese día, incluso Sales se emocionó al ver un cura, viejecito, llorando y gritando “¡Barça, Barça!” con todas sus fuerzas en una esquina de la Via Laietana.
Sales fue tan querido por tantas generaciones de jugadores que Julio Alberto, Quini y toda la plantilla con Udo Lattek a la cabeza, se movilizaron por él cuando el Barça le quiso echar si no se avenía a seguir haciendo gratis su trabajo. Menotti fue mucho menos compasivo y tras 26 temporadas prescindió de sus servicios.
Josep Sales fue, como Ángel Mur, como Manel Vich, como tantos otros, un profesional entregado al Barça al que nunca le corearemos su nombre en el Camp Nou pero que nos emocionamos con su historia.
Personajes como él nos devuelve a un Barça que, por encima de títulos y millones, es un sentimiento que va mucho más allá de los goles.